Llevamos todo el curso diciendo “haz lo que quieras desde el corazón”, buscando que seamos realmente personas que actuemos movidos por el deseo de hacer aquello que sea lo mejor y más adecuado, aunque eso pueda obligarnos a ir contracorriente, a ser transgresores, a complicarnos la vida….
En estos días celebramos Pentecostés, y todos somos un poco de Pedro, de Juan, de Felipe, de Santiago…. Porque como ellos tenemos en nuestros corazones el mensaje, el saber como actuar, la llamada constante del Señor para salir de nosotros mismos y transformar el mundo, el susurro y a veces grito de Jesús que nos dice “ no apartes de mi los ojos, confío en ti, te necesito, para que se cumpla en el mundo el Plan de mi Padre” pero… nos falta la confianza, las fuerzas, la fe, el pasar las cosas por el corazón. Y es ahí, como en Jerusalén hace 2000 años, donde el Espíritu nos alienta y empuja, nos guía y acompaña, nos hace fuertes en nuestra debilidad, nos hace Apóstoles con el don de las lenguas (pues al final el lenguaje del corazón y de la coherencia lo entiende todo el mundo), con el don de sanar a los corazones rotos, con el don de liberar y liberarnos de tantas cosas que nos lastran….
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma….
(secuencia del Espíritu Santo)